domingo, 17 de mayo de 2015

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: La torre de marfil

Título*:La torre de marfil
Autor*:Jordi Clavero
Tema*:Terror suspense

Como cada mañana, nada más despertarse, Don Jacinto contempló durante unos instantes la fotografía de su difunta esposa que reposaba sobre la mesita de noche; y tras reunir las energías suficientes, calzó sus pies con sus viejas zapatillas, se puso en pie y se refugió bajo un grueso batín de cuadros escoceses...

Tras unos minutos de trajín en la cocina, se sirvió un sencillo desayuno que consistía en un pedazo de pan, un par de lonchas de embutido y un vaso de leche, que más tarde le ayudaría a ingerir la medicación matutina.
–¡Me cago en diez! –exclamó con la boca llena –¡Este pan no sabe a nada! –y tras conseguir ingerir el contenido de su boca, añadió –¡Es que no hay derecho! ¡Estos del gobierno se han empeñado en prologar nuestra existencia a base de bajar nuestra calidad de vida!
Como aquel arranque de mal humor formaba parte de su vida cotidiana, terminó de desayunar con desgana y se dirigió hacia la terraza de la vivienda; ya que disfrutar de las vistas que esta ofrecía, solía calmarle los ánimos de igual manera que el mejor de los fármacos.
El mayor atractivo de aquel paisaje, según Don Jacinto, consistía en un gran edificio ubicado en las afueras de la ciudad, que sobresalía del resto al igual que los múltiples campanarios de las iglesias cercanas. Una gran mole construida con materiales cálidos, que a diferencia de aquellos templos religiosos, el anciano no conocía el motivo por el cual había sido edificada.
A pesar de la permanente incógnita, la visión de aquel edificio solía proporcionarle cierto bienestar. Aunque aquel día resultó ser muy diferente a todos los demás, pues en aquel momento sintió la imperiosa necesidad de conocer su cometido; así que no tardó en regresar al calor de su vivienda, para realizar los preparativos oportunos para personarse en aquel extraño lugar.
Necesitó tomar el transporte de línea y caminar varias manzanas para situase frente al misterioso edificio, que, desde sus inmediaciones, no resultaba tan bello ni tan cálido como siempre le había parecido desde la distancia. Frustrado, al no hallar indicio alguno de lo que podía albergar el edificio en su interior, se introdujo en él por la puerta principal.
De repente se encontró en una amplia recepción de blancas paredes y mobiliario de idéntico color; y camuflada entre tanta blancura, la recepcionista no tardó en hacerse visible al ir a atenderle.
–¿En qué podemos ayudarle? –le preguntó con voz serena.
La sola presencia de aquella mujer hizo desaparecer todo el ímpetu de Don Jacinto, haciendo inapropiada cualquier pregunta descortés; por lo que al pobre anciano no le quedó más remedio que improvisar.
–Me preguntaba si sería posible subir a la azotea del edificio para contemplar las vistas. Seguro que son esplendidas.
La mujer no pareció sorprendida por tan singular petición, al contrario, mostró una amplia sonrisa antes de volver a hablar.
–Con gusto le complaceremos. Pero primero acompáñeme hasta el mostrador, pues deberá rellenar un formulario. Mientras tanto, llamaré a un empleado para que le haga de guía.
Apenas pudo leer el formulario antes de completarlo, pues no tardó en aparecer un hombre de rasgos refinados y completamente vestido de blanco, que le condujo hasta un ascensor que los llevaría directamente a la azotea.
Una vez en el exterior, mientras el anciano contemplaba las vistas con regocijo, unos operarios colocaron a escasos metros un par de tumbonas y una mesa plegable, que posteriormente cubrieron con múltiples delicias gustativas.
–¿Desea algo de comer? –le preguntó el refinado guía.
–No, muchas gracias –respondió Don Jacinto.
–¿Un poco de vino o champán, quizá? –insistió su estirado acompañante.
–Un vasito de vino, por favor –aceptó el anciano, sorprendido por todo el despliegue de atenciones recibidas.
Sin previo aviso comenzó a sonar una suave y dulce melodía a través del conjunto de altavoces que habían dispuesto los operarios por toda la azotea, la cual comenzó a inquietar al pobre anciano.
–Creo que ya va siendo hora de marcharme –anunció Don Jacinto, esperando que su guía no pusiera ningún reparo.
–Por supuesto. Túmbese un rato si lo desea, pues calculo que en unos minutos ya se habrá marchado –le sugirió el acompañante, mientras señalaba con un dedo la tumbona más próxima.
–El anciano, confuso por la extraña sugerencia, dejó su copa de vino sobre uno de posavasos que había sobre la mesa, en el que rezaba el siguiente mensaje publicitario: "Centro de eutanasia Torre de Marfil. Decida con nosotros cuándo y cómo abandonar este mundo"

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